Un 30% de la pobreza es estructural. Y la degradación socioeconómica será más profunda en la medida que la política no contribuya a diseñar programas integrales para bajar los índices de inflación, generar más empleo genuino y, en definitiva, promover el crecimiento sostenido de la economía. La deuda social es profunda. El presente marca que casi cuatro de cada 10 argentinos no pueden reunir los ingresos necesarios para comer y sobrevivir, porque de eso se trata en un país que se está acostumbrado a vivir en crisis, con un índice de precios al consumidor que orilla los tres dígitos anuales. Por acción o por omisión, los costos políticos se reparten por partes iguales en la dirigencia. El oficialismo apela a caminos sencillos para corregir, coyunturalmente, los desequilibrios macroeconómicos. La emisión monetaria es el atajo que saca del paso a una gestión, pero que conduce directamente hacia la inflación. “Y no se imprimen más billetes porque a la Casa de Moneda no le alcanza la tinta para hacerlo ante tantas necesidades financieras”, ironiza un dirigente peronista con dilatada trayectoria en el interior provincial. La gestión del presidente Alberto Fernández ha empeñado hasta la palabra. Dijo que le declararía la guerra a la inflación y la realidad le devolvió un frente con mas caídos en esa guerra de pobres e indigentes. Ese ejército sigue creciendo. En un año se sumó casi un millón de pobres y, de ese total, al menos 200.000 personas dejaron de pertenecer a lo que fue la tradicional clase media argentina.
Fuente: Lagaceta